Algo más profundo

"Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultado diferentes."
(¿Albert Einstein? ¿Mark Twain? ¿Benjamin Franklin?)

Argentina se debate en estos días en una nueva crisis financiera-cambiaria y los argentinos ponemos cara de resignación, porque lamentablemente esto ya no nos asombra.  En cada uno de estos episodios la discusión mediática se concentra en el aquí y ahora, en el pronóstico de cortísimo plazo y, sobre todo, en repartir las culpas. 

Pocos se preguntan acerca del por qué de la recurrencia. ¿Por qué tantas crisis en los últimos sesenta años? Megadevalaución con inflación en 1959, Rodrigazo con alta inflación en 1975, default parcial en 1985, hiper en 1989, otra hiper en 1990, default y megadevaluación en 2002, presión cambiaria en 2014, presiones cambiarias en 2018 y 2019...  No tenemos descanso.

Los opinólogos livianos consideran que "es normal una crisis cada diez años...". No sé de dónde sacan tal cosa, es un invento, ni siquiera nuestra propia cronología lo avala. En otros países esto no pasa, ni cada cinco, ni cada diez ni cada veinte años. Es cierto, han habido cientos de crisis en cientos de países (grandes, chicos, socialistas, capitalistas, desarrollados, subdesarrollados, con petróleo y sin petróleo, del norte y del sur), pero nunca con esta recurrencia.  

Nosotros hemos tenido crisis en épocas de gobiernos constitucionales y etapas militares, con gobiernos peronistas y radicales, las hemos tenido en medio de planes económicos ortodoxos y heterodoxos, han aparecido con la economía abierta y con la economía cerrada... Ningún gobierno, modelo o enfoque económico ha podido evitar algún traspié, más o menos severo.

Algo malo pasa con la economía argentina. Algo que va más allá de un gobiernos y los "modelos". Hay algo más profundo que trasciende a todos ellos y que subyace en el fondo de la economía argentina desde hace décadas, impidiendo que cualquier esquema, de derecha o de izquierda se consolide y subsista con resultados económicos moderadamente aceptables. Es como si un monstruo cultural estuviera al acecho, esperando la llegada de cualquier gobierno o la aplicación de cualquier plan económico para salir  su paso y desbaratarlo sin piedad. Sin importarle el color de sus banderas ni los libros de texto que lo avalen. Tarde o temprano lo termina devorando.

En realidad no es un monstruo, son dos.

Es una pareja explosiva que se ha ido gestando y haciendo fuerte a lo largo de los años y las décadas y que no cede. Han habido etapas en las que se ha tratado de enfrentarlos y dominarlos, pero nunca ha sido posible. Y han habido etapas en las que, ingenuamente, se ha pretendido que no existen o no son tan poderosos y se ha avanzado sin cuidarse de ellos, hasta que han aparecido, implacables.

El primer problema es nuestra arraigadísma costumbre de gastar por encima de nuestros recursos, ya sea a nivel privado o público, costumbre muy "latina", una adicción de la cual no hemos querido ni podido escapar desde hace décadas. Es más fuerte que nosotros y nos lleva a desoir (incluso a fustigar y condenar) cualquier tipo de llamamiento a la cordura, haciendo que "ajuste" y "austeridad" sean casi malas palabras y que mencionarlas sea políticamente incorrecto. 

Basta observar el comportamiento del resultado fiscal y el resultado de cuenta corriente a lo largo de las últimas décadas, casi siempre negativos, para comprender que tanto el gobierno como el país como un todo gastan por encima de sus posibilidades y, como le sucede a cualquier agente económico cuando lo hace, se endeudan.


Lo sucedido desde 2003 hasta hoy es una dramática muestra de esta conducta: gracias al "boom" del precio de los commodities y a las retenciones que llevaron parte de esa bonanza a las arcas del Estado, tuvimos "superávits gemelos" por única vez en los últimos sesenta años. Sin embargo nuestra conducta "consumista" los devoró y en 2009 ya habían cruzado al lado negativo para profundizarse en los años siguientes (para comenzar a revertir la tendencia en 2018, aunque sin volver a ser positivos).

El segundo problema, que interactúa fatalmente con el primero, es la falta de confianza en la economía argentina y, en particular, en su sistema financiero y en su moneda. 

Esta falta de confianza no se refiere solamente a los extranjeros que se han confabulado contra nosotros, se refiere también a nosotros mismos, que huimos de la moneda (nos dolarizamos), huimos del sistema financiero (nos vamos a las cajas de seguridad) y finalmente nos fugamos (sacamos el dinero del país). Basta una pequeña señal, un gesto de un candidato, un traspié verbal de un funcionario o un rumor malintencionado para que se active nuestro cultural mecanismo de defensa: comprar dólares.  

Este segundo problema, tan arraigado y dañino como el primero, no ha aparecido por generación espontánea, ni ha sido fruto de un virus inoculado por el imperialismo ni por el socialismo foráneo. Es simplemente la respuesta racional (reitero, racional, porque en argentina salir a comprar dólares ya no es irracional) a las tristes experiencias que hemos tenido con los bancos y la moneda (Bonex, corralito, corralón, pesificación asimétrica, cepos, defaults, reperfilamiento, megadevalauciones, licuaciones de deuda...) y que nos hacen actuar a la defensiva con nuestros propios gobiernos, aún cuando los hayamos elegido dentro de nuestro sistema democrático.

La interacción de los dos "monstruos" es un cóctel explosivo. Gastamos más de lo que tenemos pero no gozamos de la confianza de quienes nos puedan financiar la diferencia. Y si alguna vez lo conseguimos, traicionamos su confianza con un default o hacemos pagar a las clases más bajas el peor impuesto regresivo: la inflación (de la cual los más pudientes se salvan con coberturas financieras). 

Entonces cuando llega la crisis nos alarmamos, empezamos a buscar los culpables y nos preguntamos ¿cómo pudo suceder otra vez? ¿Acaso no hemos aprendido? No, no hemos aprendido.  La prueba está en que, pasada la crisis, volvemos a las andadas (el gráfico anterior es muy claro para demostrarlo porque a pesar de las crisis, los valores siguen del lado negativo).

Y a veces, por un lapso de tiempo en el cual nos ayuda algún exceso de financiamiento barato internacional o buenos precios de nuestros productos de exportación, los "monstruos" vuelven a sus guaridas. En ese lapso pensamos que han desaparecido, que nos hemos liberado, que finalmente hemos vencido la ley de la gravedad, que ningún otro país logra vencer. Pero no es así. Conocedores de que nuestro comportamiento no cambiará, en lo profundo, sólo esperan su oportunidad para salir de nuevo a la superficie.

No habrá ideología ni plan económico que nos salve de estos avatares si no se controlan estos problemas de fondo. Puede haber un "veranito" o algún alivio transitorio. Podremos crecer unos puntos, dominar por un tiempola inflación o bajar unos puntos la pobreza, pero esto no se consolidará, seguiremos dando tumbos, rezagándonos respecto al resto del mundo. 

Seguiremos mirándonos con incredulidad, buscando a quién culpar para no volver a votarlo, demonizando modelos que en otros lugares funcionan y pensando que las crisis económicas no son culpa nuestra, que tienen un timming inevitable. 

Comentarios

  1. Claro y clarificante . Que ambito de intervencion queda abierto? Desde donde podemos formar parte del cambio cultural? Agregando que la locura produce un estado de autoreferencia que impide visualizar tanto el error como la posibilidad de otra realidad posibleMuy interesante Ale. Gracias!

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  2. Ojalá nuestro problema no fuera de naturaleza cultural. Nos condena "la cultura". Excelente artículo! 👏👏👏

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  3. La analogía de los monstruos resulta x demás ilustrativo para el mendocino/argentino que sufre la ciclotimia de nuestra economía y aún no puede/sabe entender las causas. Bien didáctico como siempre Ale. Saludos

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  4. Dos monstruos que se combaten desde el compromiso. Y compromiso son valores como los de mi abuela. La educacion es un camino. Muy bueno Ale, un abrazo

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