La tía Tina

Dele al pueblo, especialmente a los trabajadores, todo lo que sea posible. Cuando parezca que ya les está dando demasiado, deles más.  Todos tratarán de asustarle con el espectro del colapso económico.  Pero todo eso es mentira.  No hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque no la entienden.
Juan Domingo Perón, 1946
Ya no es posible que se beneficie a un determinado sector de la actividad económica mediante el aumento de su participación en la distribución de la renta nacional en detrimento del resto, sino que la mayor retribución se ha de lograr elevando la cantidad de bienes a repartir
Juan Domingo Perón, 1954
La fascinación por lo “gratis” y por el “regalo” ha estado siempre presente en la condición humana. Ignoro si entre los argentinos esta característica está particularmente exacerbada, pero la fantasía de lo gratis forma parte indivisa del alma del populismo corporativo.
Enrique Szewach, “La Trampa populista”

Cuando éramos chicos, mis hermanos y yo adorábamos a la tía Tina. Mis papás tenían varios hermanos y hermanas, pero la tía Tina era, lejos, nuestra preferida.
La tía Tina vivía en otra ciudad pero venía visitarnos cada tanto y se instalaba unos días en casa. A veces mi papá, su propio hermano, no le ponía muy buena cara si se quedaba muchos días, pero para nosotros todo era una fiesta mientras estaba allí. Nos compraba helados, nos llevaba al cine, íbamos al parque y comprábamos pochoclo… nos encantaba! Una vez me acuerdo que nos dijo “ya vengo, no se muevan de acá” y apareció al rato con una mochila nueva para cada uno. Nos quedamos asombrados, la tía Tina era mágica, podía hacer cualquier cosa…
Pero es cierto, para un niño los contrastes suelen ser más nítidos cuando ocurren. La presencia de la tía era tan notable para nosotros y la extrañábamos tanto cuando no estaba, porque en realidad nuestros padres eran muy tacaños. Siempre nos estaban diciendo que no había plata para esto o que no alcanzaba para lo otro y se la pasaban haciendo cuentas y más cuentas para ver si llegábamos a fin de mes.
En cambio con la tía todo era distinto, parecía que todo se podía hacer, que todo se podía comprar, vivíamos en otro mundo... parecía que ella venía de otro mundo. Yo no entendía por qué ella podía hacerlo y mis papás no. Así estuve muchos años casi enojado con ellos por ese motivo, por su falta de generosidad.
Entonces, cuando la tía se iba nos parecía que se nos venía la noche. Volvíamos a la realidad de un golpe, se acababan los regalos y las salidas quedaban reducidas a una vez al cine por mes y, con suerte, pedir pizza por delivery alguna noche, allá a las cansadas…
Si la tía pasaba mucho tiempo sin venir, empezábamos a protestar, a pedirle a mi papá que la llamara, que la invitara, empezábamos a patalear, a hacer caprichos. No sé por qué mi papá se resistía y se hacía rogar tanto, trataba de no llamarla, sabiendo que a nosotros nos gustaba tanto verla y estar con ella. Decía que nos íbamos a acostumbrar mal, que teníamos que aprender a vivir con lo que ellos nos daban, que ya era suficiente. Pero para nosotros no era suficiente, siempre queríamos a la tía. Pero hay que entender, éramos chicos…
Con el tiempo, uno se vuelve grande y va entendiendo algunas cosas, pasa de ser hijo a ser papá y las cosas empiezan a cambiar. Pero les confieso, el recuerdo de la tía es muy fuerte, muy poderoso. Aún hoy, ya crecidito como estoy, su imagen sigue siendo muy atractiva y mi corazoncito cada tanto vuelve a su recuerdo y la extraña…  
A pesar de que con el tiempo supimos que en realidad la tía Tina no era mágica, que muchas veces nos traía caramelos que pedía fiado en el almacén, que las entradas de cine las sacaba con la tarjeta de mi mamá, que aquellas hermosas mochilas que nos compró las quedó debiendo en la librería y por eso no le dieron más fiado a mi papá hasta que no las pagara él…
Ahora tengo mi propia familia y mis hijos, que siempre andan pidiendo cosas, siempre más de lo que les podemos comprar. Pero claro, todo no se puede, hay que arreglarse con lo que hay, ya se los he dicho hasta cansarme. El más chiquito me rompe el corazón cuando me dice “Dale, hacé magia pa…”.
Por eso cada tanto evoco el recuerdo de la tía y me gustaría tenerla cerca de nuevo, que venga a visitarnos… Después de todo, cualquiera que tenga algo de niño se resiste a olvidar la imagen de un mago, aún cuando ya de grande haya conocido sus trucos.

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