Tiempos políticos

"Todos los años son años políticos", aseguraba un viejo político argentino, que conoció los vericuetos de la política nacional desde muy adentro. Una definición muy profunda y severa, que señala la supremacía de "lo político" sobre todo lo demás, en todo momento.  Visto de esta forma, toda decisión gubernamental es una decisión política; si con ella se promueve la equidad social, la eficiencia económica, el desarrollo del país o el bienestar de la gente, mejor. Probablemente esta sea una simplificación excesiva para una interacción compleja entre "lo económico" y "lo político", pero lo cierto es que a la hora de tomar decisiones en el plano de la política económica, los resultados de corto plazo, los aspectos políticos y las presiones sectoriales y partidarias juegan un rol central. Es tal vez la natural respuesta al existismo argentino, que en todos los órdenes (política, economía, tv, fútbol...) exige resultados positivos inmediatos, sin detenerse a evaluar la coyuntura externa ni las herencias recibidas. 

En esta línea, cuando enseño Política Económica Argentina en la Universidad advierto en la primera clase a mis estudiantes que la economía tiene sus reglas y que la política económica conlleva un proceso lógico de diseño e implementación pero que, en definitiva quienes hacen la política económica son los políticos y que a sus reglas, sus enfoques, sus motivaciones y sus urgencias hay que atenerse. Pensar que será de otra manera es pura abstracción o simple voluntarismo y nos puede llevar a cometer errores de juicio y fallos en los pronósticos.

En Argentina, en 2017 se celebrarán las elecciones de medio término a nivel nacional, para renovar la composición del Poder Legislativo. La historia de nuestro derrotero democrático desde 1983 es muy explícita al respecto y señala que cuando el partido en el poder las ganó, se afianzó para ser reelecto y cuando las perdió, tuvo dificultades en las elecciones generales dos años después. Son un test muy importante para el gobierno en ejercicio.

Para el presidente Macri, que asumió el poder apoyado por una coalición no del todo homogénea y que necesita negociar casi todo lo importante con sus opositores en el Congreso (también un grupo no del todo homogéneo), salir airoso de ese "examen" implicará fortalecerse y poder lanzarse a realizar reformas que aún no ha podido encarar e incluso ir en busca de su reelección, por el contrario, perder implica que su poder se reducirá considerablemente para hacerlo y tal vez deba prepararse para dejar la presidencia en 2019.

Así lo entiende el equipo de gobierno y por eso "se juega todas las fichas" para que los números de 2017 sean mejores que los de este 2016 que se cierra. Pero no apuntan a cualquier número, los que interesan al gobierno son "los que se ven", los que la gente percibe, los que siente en su vida cotidiana y en sus finanzas personales. No le interesa tanto por ahora corregir distorsiones estructurales como el desequilibrio comercial, el atraso cambiario  o el déficit fiscal, pero sí le interesa moderar la inflación, empujar la actividad y mejorar el consumo apuntalándolo con el salario real. Lo que hay que atender es lo urgente, lo importante puede quedar para 2018, si las elecciones de medio término dan un respiro.

Como tantas veces, el gasto público será clave (en la historia argentina, no ha habido gobierno alguno que haya sabido hacer política económica prescindiendo del aumento del gasto público) y con una presión tributaria en valores políticamente imposibles de aumentar, el déficit fiscal será la variable de ajuste. Visto de esta forma, mucho no habrá cambiado respecto de la política  económica de base del gobierno anterior, la diferencia central será la forma de financiar ese déficit: ahora con deuda, antes con emisión de dinero. La de ahora es una fuente de financiamiento que la gente "siente menos" (la gente común ni se entera, ni le importa enterarse de cuánta deuda se colocó, a qué tasa, en qué moneda y cuál es el ratio deuda/pbi, mientras la situación no explote o se encamine a explotar), pero que, como lo demostró el 2002, debe manejarse con mucho cuidado. Pero como hay margen, allá vamos...

¿Se puede hacer esto? Sí, se puede. ¿Por cuanto tiempo? Bastante tiempo, si se lo hace prolijamente. ¿Y no tiene costos? Sí, tiene. 

El mercado financiero argentino, alimentado por nuestros ahorros es muy pequeño (los depósitos no llegan al 15% del PBI) y poco eficiente (la tasa activa mas que duplica ala pasiva). Por eso esa deuda estatal no puede colocarse con facilidad en los bancos nacionales sin el riesgo de empujar mucho las tasas hacia arriba; hay que colocarla afuera del país, obviamente, en dólares. Colocarla afuera implica entrada de dólares y eso deprime el tipo de cambio real y la competitividad. Dicho de otro modo, en un país con sistema financiero chico, déficit fiscal y la competitividad cambiaria son enemigos íntimos: se agranda uno, se achica la otra, ya sea que se lo financie con deuda (que deprime el tipo de cambio nominal) o con dinero nuevo (que alimenta la inflación interna). Ese será el camino de 2017, no hay otro a la vista: más gasto público, más déficit fiscal, menos competitividad cambiaria...

La pregunta es si esto le dará resultado al gobierno y podrá en el año próximo alcanzar resultados macroeconómicos mejores que en 2016. Sí, los números serán mejores. La inercia inflacionaria tiende a ceder a medida que nos alejamos en el tiempo del ajuste devaluatorio de diciembre de 2015 y la inflación del año próximo será la mitad (puntos más, puntos menos) de la de este año que termina. La actividad observará un "rebote" gracias a la mejora del salario nominal (seguramente, habida cuenta de la inflación de 2016, las paritarias cerrarán con un aumento superior a la inflación esperada para 2017), a la mejor cosecha de soja y trigo y al leve repunte de Brasil. De un crecimiento negativo en 2016 (-2,4%) pasaremos a uno positivo en 2017 (+2,5/3%). La capacidad ociosa existente lo permitirá, sin mayores sobresaltos. Pero cuidado, es sólo un "rebote", un crecimiento bajo que apenas nos permite recuperarnos de lo ocurrido este año, pero que aún deja pendiente lo perdido en los últimos cinco, en los que la economía estuvo paralizada.

Mejores números, pero aún pobres. Puede servir al gobierno para pasar la elección de medio término sin un revés importante y por eso a ellos se apunta. Pero no sirven para corregir el rumbo de la economía nacional de cara a los próximos años, no sirven para recobrar lo perdido, ni para recuperar competitividad y reanimar el aparato productivo. No sirven para recuperar el empleo genuino ni para mejorar la pobreza estructural, derrotar el hambre o mejorar la distribución del ingreso.

Para eso habrá que esperar que pasen los "tiempos políticos" y que el gobierno decida mirar el largo plazo, y entonces podamos pensar en crecer en serio, bajar el desempleo y achicar la pobreza mucho más que un par de puntos. Con moderado optimismo, 2018 puede ser un momento propicio para encarar la tarea, que en 2017 quedará en "pausa". 


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