Lost

Los habitantes de Villa Soyer están perdidos.
Son panaderos y reposteros por excelencia, desde hace décadas, al igual que los pueblos vecinos de la zona. Tiempo atrás, mucho tiempo, las tortas de Villa Soyer eran las más grandes y sabrosas de la zona, conocidas en el mundo entero. El pueblo era respetado por todos los demás pueblos, era próspero y veía el futuro con optimismo.
Sin embargo, en las últimas décadas ha perdido el rumbo. Nadie sabe bien cuándo comenzaron los problemas, pero lo cierto es que desde entonces su fama se ha trastocado, sus habitantes ya no consiguen ser referentes de la zona y, según comentan los más ancianos cuando miran a las nuevas generaciones de reposteros, es posible que hayan olvidados las recetas culinarias que los hicieron grandes y no sepan cómo hacer tortas...
Es que a lo largo de los años las peleas fueron grandes y encarnizadas, hubieron muchos desacuerdos y, mientras los habitantes de los pueblos vecinos progresaban, Villa Soyer se fue estancando...
Los cantos de sirena se multiplicaron y los panaderos advenedizos hicieron su negocio. El pueblo entero (o la mayoría) les creyó primero a unos y luego a otros; puso su fe en ellos, aún cuando, mirado retrospectivamente, hoy se dan cuenta de que muchos de ellos tenían recetas de cocina muy diferentes, casi opuestas.
Hubo una época en que la propuesta de los panaderos del pueblo fue hacer tortas más grandes, enormes, decoradas fastuosamente, sin importar tanto el sabor. Poco importó en aquella época cómo se repartían las porciones entre los habitantes de la Villa y con los años, unos pocos empezaron a llevarse pedazos enormes, empezando por los maestros panaderos que estaban en la cocina y sus amigos. Quedaba muy poco para los demás y la gente empezó a estar desconforme. Y en algún momento, cuando la población se sintió "acorralada", atada a los caprichos de ese grupo de panaderos sin alma, dijo basta. Incluso hubieron protestas y la gente llegó a quemar las banderas que se ponían del lado derecho de las puertas de las panaderías del pueblo. Las arriaron, las pisotearon y las archivaron para siempre...
Otros se hicieron cargo entones de la cocina y todos pensaron que las cosas cambiarían. Cambió la forma de trabajar. Como los reclamos del grueso de la población eran intensos, la urgencia fue repartir las porciones mas equitativamente, para calmar los ánimos. No importaba tanto el tamaño de las tortas sino cómo se repartían entre la gente. Un aire de justicia comenzó a flotar en el pueblo y hubieron años en que se pensó que el buen camino se había encontrado. Para mostrar que la cosa ya no era la misma, las panaderías izaron las banderas con su nombre del lado izquierdo de las puertas. Banderas nuevas, relucientes.
Sin embargo, volvieron los descontentos. Mucha gente del pueblo empezó a pensar que, con esto de dejar a todos conformes se cometían injusticias porque no todos ponían el mismo empeño en la cocina, unos trabajaban mucho y otros pocos y todos recibían pedazos similares de torta al final del día. Para colmo, en medio de estas disputas, las tortas empezaron a achicarse. Los cocineros pensaron que el problema era que alguien se robaba los ingredientes de la despensa y le pusieron un candado enorme, que estaba siempre cerrado. Con el tiempo, y como los problemas seguían, los candados se multiplicaron y la desconfianza empezó a apoderarse de la gente.
Todo se complicó cuando la gente empezó enterarse de que los maestros panaderos tenían las llaves de los candados y comían porciones enormes a escondidas, convidando a sus amigos que las sacaban a por la noche en bolsos y las guardaban en sus cajas fuertes.
Otra vez cundió el descontento. Los nuevos cocineros fueron desalojados y sus banderas volvieron a ser arriadas de los frentes. Volvieron a ser pisoteadas y se guardaron para siempre...
Hoy, hay desconcierto. La población se siente defraudada, ningún maestro panadero es recordado con cariño, las dos banderas han sido arriadas y pisoteadas. Mientras tanto, los pueblos vecinos, usando una u otra bandera, han progresado y Villa Soyer ya no es referente de la zona. No hace las tortas mas grandes, tampoco son las más sabrosas, tampoco las distribuye mejor entre su gente.
Villa Soyer siente que ha probado todas las fórmulas pero todas le han sabido amargas, ha izado una y otra bandera y las ha vuelto a bajar. Los panaderos de uno y otra bandera los han defraudado porque ellos han comido muy bien, sus amigos también y muchos antes de irse han llevado cantidades de tortas freezadas a sus casas o a heladeras de otros pueblos.  Descreyendo de todas las banderas, Villa Soyer marcha hacia el futuro. Incluso, no saben si en los próximos años serán panaderos-reposteros o se dedicarán a otras cosas y comprarán tortas en los pueblos vecinos, que las hacen muy buenas y a precio accesible.
Después de tanto ir y venir, de probar tantas recetas y subir y bajar banderas, aquel viejo lema de que "en Villa Soyer somos panaderos, hambre nunca vamos a pasar", ya no es tan seguro...

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