La madre de todas las batallas
Si Ud es jaquecoso como yo, me entenderá
perfectamente. El dolor de cabeza es una pesadilla. No deja pensar, no deja disfrutar,
no deja trabajar, no deja vivir...
Coincidirá en algo más: cuando le duele la cabeza sólo atina a pensar en
cómo quitarse ese mal, cómo volver a la normalidad. Y a menudo piensa “quiero
quitarme el dolor, cueste lo que cueste…”.
Pero claro, cuando no duele la cabeza y se
puede pensar con más claridad uno lo medita y entiende que ese “cueste lo que
cueste” es demasiado fuerte, porque como decía mi abuela “puede ser peor el
remedio que la enfermedad”. Exagerando, cortarse la cabeza no sería solución.
Sin exagerar tanto, tomar un analgésico cada hora puede ser peligroso y
producirnos otros males, aún cuando consigan aliviarnos el dolor. Y si vamos
pensándolo mejor y consultamos a un médico especialista (que sabe más que
nosotros del tema), iremos llegando a soluciones más aceptables en las cuales
encontremos un mejor “balance” entre reducir el dolor y no producir otros
efectos adversos.
Con esta idea, vamos ahora al problema de la
inflación. La inflación es mala, es
un mal que aqueja a la economía de un país. Es imposible que alguien diga que
es buena en sí, que desea tenerla, que está mejor con inflación que sin ella. Y
más allá de las apreciaciones personales, la evidencia internacional muestra
que los países que a largo plazo tienen más inflación crecen menos, tienen mayor pobreza y muestran peor distribución del
ingreso.
Entonces
la discusión debe plantearse correctamente. La cuestión no es si debemos o no reducir la
inflación, porque la respuesta es clara, debemos hacerlo. La cuestión es qué método usamos para reducirla. Porque sin inflación vamos a estar mejor,
seguro, pero si en el proceso de reducirla provocamos otros males (que pueden
ser iguales o mayores), esa reducción deberá estudiarse cuidadosamente.
Hay diversas “recetas” para bajar la
inflación, cada una abreva en una opinión diferente acerca de cuál es su origen y su dinámica. Y como la
economía no es una ciencia exacta sino una ciencia social (donde no siempre dos
más dos es cuatro) no sabemos con certeza quién tiene la razón y debemos
ayudarnos mirando la historia y los resultados obtenidos en cada experimento
(que es lo que hace el método científico, duro o blando).
Quienes opinan que la inflación “es un
fenómeno monetario” abogan, usando un razonamiento coherente, por dejar de
emitir dinero. Quienes opinan que la inflación depende de lo que pase con el
tipo de cambio proponen, también en forma coherente a su pensamiento, fijarlo
en un valor y controlar que no suba. Quienes opinan que los culpables son los “formadores
de precios” buscan en concordancia con eso fijar los precios desde la autoridad
y no permitir que existan aumento abusivos. Quienes opinan que la inflación
responde a la existencia de estructuras de mercado oligopolizadas, apuntan a regular
el comportamiento de las pocas empresas que manejan la oferta. Y así siguiendo…
Y sí, si en economía a menudo dos más dos no
es cuatro, menos lo es en macroeconomía…
Sucede que en un proceso inflacionario todos los
elementos antes mencionados están presentes, en mayor o en menor medida. Algunos
influyen más en el corto plazo, otros en el largo. La inflación es un fenómeno
complejo: existen causas motoras, mecanismos de propagación, indexación de la
gente, memoria inflacionaria, rigideces estructurales en los mercados, piramidación
de precios, etc.. Atacar sólo a uno a
menudo no es suficiente, como lo demuestran numerosos casos en nuestra historia;
más aún, al hacerlo se corre el riesgo de no obtener un buen resultado pero
agregar problemas (el dolor de cabeza no se va y empieza a doler el estómago
por los remedios). Así, dejar de emitir puede detener la marcha de la actividad
económica, fijar el tipo de cambio puede atrasarlo y deteriorar la
competitividad, controlar precios o regular ganancias empresarias puede desincentivar
a la oferta y achicar los mercados… Las contraindicaciones son variadas y si no
se consigue el objetivo pueden ser socialmente dañinas y políticamente
insostenibles.
En su alocución del domingo 22 de octubre por
la noche, luego de conocer un resultado favorable en las elecciones
legislativas, el presidente Macri colocó la reducción de la inflación en un lugar preferencial entre sus objetivos
económicos argumentando, con buen criterio, que si eso se consigue se podrá
mejorar en el que es su objetivo fundamental: reducir la pobreza. El planteo hasta allí es correcto, pero antes
de aplaudir falta analizar el “como”. Sin duda me encanta que el médico me
quite el dolor de cabeza, no tengo dudas, pero … ¿qué medicina me dará para
conseguirlo? ¿me provocará el remedio dolores de estómago o vómitos? Y si así
fuera… ¿qué prefiero?
El gobierno ha optado por un método conocido
como “metas de inflación”. Sin entrar en demasiados tecnicismos, es un método
que fija un “valor meta” (objetivo que se pretende cumplir) para la inflación y
actúa sobre el mismo a través de las tasas de interés que maneja la autoridad
monetaria (en nuestro caso, el Banco Central de la República Argentina) y que
sirven de referencia al resto de las tasas de interés del mercado. Si la inflación
marcha por encima de la meta se mantienen tasas de interés altas (para “enfriar”
la demanda agregada) y si marcha acorde a la meta o por debajo, comienzan a
rebajarse.
Es usual que en casos en que se desee bajar la inflación, se
coloquen metas anuales gradualmente decrecientes, de manera de ir convergiendo
hacia un valor deseado final (en el caso de Argentina ese valor es 5% anual en
2019). El BCRA ha venido actuando de esa forma desde inicios de la gestión de
Macri y le ha ido relativamente bien, con algunos desvíos menores (por ejemplo,
la meta para 2017 es 17% y la inflación cerrará en 21%).
Pero hay un problema. Perdón, dos.
El primero es conceptual: usualmente la
contraindicación de este método es la ralentización del crecimiento. Se
consigue bajar la inflación pero a costa
de crecer menos. En la coyuntura económica actual este no me preocupa
tanto, porque la economía se encuentra en la fase ascendente del ciclo desde
hace siete meses y el ingreso de capitales de 2018 y 2019 le permitirá
continuar en ella por ahora. Tal vez
se resigne algún punto de crecimiento, pero si se frena la inflación y se
reduce la pobreza, habrá valido la pena.
El segundo es coyuntural y “argentino”. Usualmente
cuando un gobierno adopta este método no tiene “compromisos de emisión” y el
gobierno argentino sí los tiene. Aún debe emitir para financiar el agujero
fiscal y eso desbarata la prolijidad monetaria que requiere el esquema. Por eso
para restaurar la calma monetaria debe absorber las emisiones con la colocación
de LEBACS, es decir, de deuda que va a parar al pasivo del BCRA.
¿Quiere decir esto que el método fracasará si
no se detiene esa emisión? Exactamente,
no es compatible con ella. Financiar el déficit con emisión terminará por
arruinar el sistema. Financiarlo con deuda (lebacs) implicará una tasa de interés
cada vez más alta que, es cierto actuará como freno a la inflación pero
perjudicará al crecimiento a largo plazo. Allí
aparecerá, en su real dimensión, la contraindicación sobre la actividad económica.
Hoy hay margen, pero no es ilimitado. El déficit
fiscal actual (más de 4 puntos del PIB, casi 5) no es compatible con las “metas
de inflación” porque ninguna de sus formas de financiamiento lo son. Y si, como
dice Macri, la inflación es la madre de todas las batallas, pelearla con un déficit
fiscal como el actual no augura un resultado feliz. Hay que achicarlo, hacerlo
manejable (tal vez 1% del PIB). La tarea no es sencilla, pero bueno, después de
todo es la “batalla madre”… ¿Usted esperaba que fuera fácil?
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