Viejos problemas, nuevas ideas
“La mente que se abre a una nueva
idea, nunca volverá a su tamaño original”
Albert Einstein
Una ciencia
debe mantener siempre vivo su espíritu crítico, en particular autocrítico.
Forma parte de su esencia misma cuestionarse sus postulados y sus conclusiones en forma genuina y constructiva, hasta dejarlos firmes y mayoritariamente consensuados. Los científicos tienen la obligación de actuar con ellos como “abogados del diablo”, no tanto para hacerlos caer, sino para fortalecerlos y mejorarlos, ya que sobre ellos se va a ir construyendo todo lo que sigue.
En ese sentido la Economía como ciencia social ha hecho y sigue haciendo un buen trabajo, aunque a menudo parezca que viaja en círculos. Critica, cuestiona, debate, enfoca y desenfoca, acepta y luego rebate y en ese proceso va avanzando con algunas certezas y muchas incógnitas. Ha sabido avanzar y también volver sobre sus pasos, desorientar a propios y extraños y confirmar enfoques y teorías debatidas hasta el cansancio. Presenta posiciones irreductibles e irreconciliables entre muchos, pero es eso precisamente lo que le da su marco de referencia.
Ha sufrido algunas “revoluciones” muy importantes en donde sus paradigmas centrales fueron cuestionados severamente, reemplazados parcialmente por otros, que a su vez fueron cuestionados luego.
Después de la
revolución industrial un nutrido grupo de economistas a los que se reunió bajo
el nombre genérico de “clásicos” marcó la tendencia principal, no sin ásperas discusiones internas
(como sobre la centralísima “teoría del valor” objetivo y subjetivo) y bajo
supuestos hoy considerados poco realistas como la perfecta movilidad de bienes y servicios y la flexibilidad
instantánea de precios y salarios.
A comienzos del siglo XX el keynesianismo propuso la existencia de rigideces y restricciones en la realidad y con ello desplazó a ese paradigma. Pero aquí viene lo importante, no lo eliminó, lo aceptó bajo ciertas condiciones (aquellos supuestos) como un caso especial dentro de un esquema más amplio que proponía. Años antes el marxismo, sin llegar a ascender como paradigma, agregó a la discusión elementos centrales como la distribución del excedente y la plusvalía, que ya no abandonarían el escenario.
El paradigma keynesiano predominó durante
casi cuarenta años hasta que el monetarismo lo cuestionó nuevamente por no poder explicar el problema inflacionario, generalizado en los años 70. Nuevamente, no lo eliminó, sino que volvió a
considerarlo un caso especial (desempleo y capacidad ociosa de factores) planteando entonces otro
esquema aún más amplio.
Y luego vinieron otros: nuevos clásicos, economistas de la oferta, estructuralistas cepalianos... Todos agregaron elementos a la discusión, la enriquecieron.
En este largo y tortuoso aprendizaje, nada quedó de lado, todo se fue integrando al debate. Hoy, se reconocen virtudes clásicas, marxistas, keynesianas, monetaristas, estructuralistas, supply siders, sin que ninguna tenga la capacidad de eliminar a todas las demás. Falta camino por recorrer, seguramente. Y faltan marchas y contramarchas, seguramente.
En este proceso de búsqueda, en los últimos años han surgido algunos enfoques muy importantes dentro de las llamadas “nuevas economías”, que a mi juicio no deben tomarse como reemplazo de la existente sino como una crítica a algunos de sus postulados, nuevamente, con el afán de mejorarlos y fortalecerlos. Dos de ellos son muy importantes: la “economía circular” y el “enfoque se sostenibilidad”, apuntados a mejorar y ampliar la teoría económica tradicional (aunque a veces, pienso que equivocadamente, se los presente como adversarios excluyentes de la misma).
Ambos son enfoques que enriquecen profundamente el viejo y central
debate “eficiencia vs equidad”.
La “economía
circular” indica que los enfoques de eficiencia tradicionales, basados en productividad,
son incompletos. Si pensamos en la eficiencia como la posibilidad de producir
más con los factores que tenemos, no puede obviarse en su análisis el tema de
la circularidad. Ideas tales como “reutilizar”
y “reciclar” no pueden ser dejadas de lado, son esenciales al concepto de
eficiencia porque aumentan la dotación de factores e insumos disponibles. Eficiencia
sin circularidad es eficiencia a medias.
Y de aceptar esta idea surge la ardua pero indispensable tarea de educar para la reutilización y reciclaje. El concepto de circularidad no invalida al de eficiencia, no lo elimina, lo completa, lo enriquece.
El enfoque de
“sostenibilidad” se apoya en el concepto de equidad (y de justicia distributiva) pero muestra cómo éste es
incompleto si sólo se plantea entre individuos o grupos que viven en una misma
época. La idea de sostenibilidad lo extiende temporalmente, es la equidad entre
generaciones porque plantea que todas las generaciones deberían tener la misma
posibilidad de satisfacer sus necesidades con los recursos disponibles en su
momento.
Y es fundamental verlo de ese modo porque en este caso intertemporal, la debilidad de
una de las partes (las generaciones futuras) es manifiesta porque no están
presentes hoy en la discusión y por ello sus derechos deben tutelarse frente al
avance de las generaciones presentes sobre los recursos, en particular no
renovables. Es cierto, las generaciones presentes trabajan para que la
tecnología ayude el futuro a mejorar las posibilidades de los que vendrán, eso
también debe entrar en el debate, que debe estar guiado por criterios de justicia
intertemporal.
Y si mañana aparecen nuevas ideas y enfoques, con seguridad las ideas de circularidad y sostenibilidad no podrán quitarse de la escena, porque tienen una lógica y un sentido esencial al problema económico.
Es por
eso opino que estos “nuevos enfoques” no deben ser pensados para desestimar a los
otros existentes. Es
un error pensar que son alternativos, deben entenderse como complementarios, como valiosos aportes a un debate aún inconcluso. Se
apoyan en las mismas ideas de base y las enriquecen, como en su momento lo
hicieron cada una de las corrientes de pensamiento que dieron forma al debate
económico. Apuntan a los mismos objetivos, mejorar el bienestar (el “buen vivir”)
de las generaciones presentes y futuras, en el marco de las restricciones que
impone o puede llegar a imponer nuestro planeta.
Todos resultan partes constitutivas de la ciencia social llamada “Economía”, la vieja, la nueva y la que
seguramente vendrá.
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