Chocotorta (instrucciones imprecisas para repartir una)

"Es justicia la igualdad de los iguales en lo que son iguales y lo es la desigualdad de los desiguales en lo que son desiguales" 
Aristóteles

Cuando éramos chicos, todos los sábados mi mamá nos hacía, para mis tres hermanos mayores y para mi, una chocotorta.  Cuidadosa al extremo, la cortaba en cuatro porciones idénticas, una para cada hijo.

Un día mi hermano mayor le hizo un planteo: él era el mayor y estudiaba en la Universidad, le correspondía una porción más grande. A mamá le pareció razonable el reclamo y el sábado siguiente le dio un pedazo más grande, para lo que tuvo que achicar la porción de nosotros tres.

- “¡Ah, no!” se quejó mi hermana, que le seguía en edad. “Mamá, vos no tenés en cuenta que yo soy la que les ayudo a todos con la tarea, ¡también merezco un pedazo más grande!”

Mi madre, que siempre nos escuchaba y trataba de hacernos caso si le parecía justo, lo consideró y el sábado siguiente mi hermana también recibió un pedazo un poco más grande, achicando los restantes. Pero la situación entonces enojó al tercero de mis hermanos: “Ma, sabés que yo hago mucho deporte y estoy en el equipo del Colegio, necesito alimentarme mejor, merezco también un pedazo grande…”

Como se imaginan, al sábado siguiente los tres hermanos grandes recibieron pedazos mayores, todos a costa del mío, que ya había quedado mínimo, una migaja... Entonces, como buen hermanito menor, apelé a lo que mejor sabía hacer en aquella época: me largué a llorar a los gritos, sollozando luego y diciendo que “a mi siempre me dejaban último…”. Mi mamá se enterneció y me dijo: “No te preocupes, a vos también te voy a dar un pedazo más grande el próximo sábado”.

Tan buena mi madre, se metió en un problema. Al sábado siguiente quiso cortar la chocotorta y darnos a cada uno un pedazo más grande. Cada uno lo merecíamos, eso era cierto: mi hermano el mayor por sus méritos en los estudios, mi hermana por su solidaridad, el tercero por su desempeño deportivo y yo, porque era injusto que el más chico e indefenso fuera el perjudicado… Pero la cosa se le complicó cuando cayó en la cuenta de que cuatro pedazos más grandes era imposible sacar de la misma torta, así que después de pensarlo y pensarlo y medir la torta y analizar mil formas de cortarla, terminó dándonos un pedazo igual a cada uno.

Y al hacerlo ella quedó feliz. De nuevo todos teníamos pedazos iguales, pero ahora no simplemente “porque éramos hermanos” sino porque cada uno tenía una cualidad que lo hacía merecedor de su parte. Sabia decisión de mi madre, cada uno tenía lo que se merecía.

Pero entonces, mi hermano mayor volvió a la carga; su planteo inicial había quedado desatendido, él seguía pensando que su pedazo debía ser mayor… Deja vu, mi madre vio entonces que la cosa iba a ir para largo, porque nadie iba a querer ceder en su pedido (ni el universitario, ni la solidaria, ni el deportista, ni el quejoso) y tomó una decisión que creyó definitiva: para darle un pedazo más grande al universitario sin achicar el de los otros tres … ¡hizo una torta más grande! Problema resuelto, pensó.

Sin embargo su sorpresa fue mayúscula cuando los planteos no terminaron. Claro, ella no entendía, no era una cuestión de tamaño de torta sino que lo que estaba en juego, cualquiera fuera el tamaño, era la forma como se cortaban las porciones… Cada hermano no se conformaba sólo con un pedazo mayor, ¡quería uno mayor que el de los otros! Una chocotorta mayor podía calmar un poco las peleas, pero naturalmente volvían a comenzar al poco tiempo.

Disgustada con tantas peleas entre hermanos, mamá comenzó a hacer cada sábado una torta más pequeña, confiada en que eso nos iba a enseñar a compartir. Se sorprendió de nuevo: con una chocotorta más chica, cada hermano protestaba (cada uno con su argumento, todos atendibles) exigiendo que su porción no se achicara, nadie quería renunciar a lo que ya tenía... Un interminable “tira y afloje”…

Mis hermanos y yo siempre recordamos aquella época y sabemos que, cada uno a su manera, todos quedamos algo dolidos con el reparto y en silencio se lo reprochamos a mi madre. Porque cada uno siguió convencido que su mérito es más importante que el de los demás: esfuerzo en el estudio, solidaridad, logros deportivos…

Y con un guiño de complicidad hoy me dicen “Salvo vos nene, que tu único merito era ser el más chico…”. Yo generalmente no digo nada para no pelear, pero tampoco quedé conforme. Les confieso, a mi nunca me gustó el chocolate y hubiera querido tiramisú.

¿Todos somos iguales? ¿Todos debemos serlo?¿Todos queremos serlo? ¿En qué somos iguales y en qué somos diferentes? 
Una buena política de equidad distributiva no debe igualarnos en todo. Conciente de que si nos iguala en algunos aspectos (como en las “oportunidades”) nos estará desigualando en otros (como en “los ingresos personales”), el secreto de su éxito radica en definir correctamente en qué busca igualarnos y en qué tolera desigualdades.

Comentarios

  1. La justicia distributiva es lo justo o correcto con respecto a la asignación de bienes en una sociedad. Los principios de la justicia distributiva son principios normativos diseñados para guiar la asignación de los beneficios y las cargas de la actividad económica. Pero, si bien es un principio normativo, no podrás dejar a todos conformes. La torta a repartir no alcanza para todos en proporciones grandes, y... cuál es el sacrificio que hacen algunos para aunque mal no sea alcanzar una migaja? Porque todos estamos dispuestos a estirar la mano para que nos den la porción si viene regalada, pero si tenemos que trabajar, algunos lo hacen y otros no.
    Ahora, por el otro lado, si te gustaba el tiramisú, por qué no se lo dijiste a tu madre para que te la preparara?

    ResponderBorrar
  2. Quizás el ejemplo, deja una conclusión formidable, los hijos pedían torta pero no trabajaron para producirla, los criterios de justicia distributiva son muy falaces, para participar de la torta hay que aportar a la producción de la torta por eso es un fracaso total el socialismo que ignora esta verdad, la madre es la dueña de la torta y pierde interés en regalar su trabajo cuando los hijos piden torta sin ayudar a elaborar, es una paradoja del "quiero flan Casero"

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Milei avisa

Un placebo democrático

Viejos problemas, nuevas ideas