Simetría económica, asimetría política

"La política keynesiana es una avenida muy cómoda para ser recorrida cuesta abajo, pero sumamente abrupta y difícil para quienes deben transitarla cuesta arriba."
John Kenneth Galbraith, HISTORIA DE LA ECONOMIA.


Los economistas pueden saber mucho de Economía, pueden conocer cómo funciona el sistema económico, conocer sus interrelaciones y dinámicas y anticipar (nunca con exactitud) los efectos de medidas de política económica. Pueden también tener sus juicios de valor, opinar sobre lo que es deseable o no para el funcionamiento de un país. Pueden también adherir a una ideología existente, o hasta dar nacimiento a una original.

Pero la política, y en particular la política económica, la deciden e implementan los políticos.

Y si algo es conveniente, adecuado o deseable desde el punto de vista económico pero no lo es desde la perspectiva política, no se hace. Y viceversa.

Si el economista quiere que sus recomendaciones y puntos de vista sean llevados a la práctica sin el cedazo político, debe transformarse en político. Y aún así, cuando lo haga, esa transformación lo llevará a conocer e incorporar, si quiere sobrevivir en esa arena, lo que según la política se pude o no se puede hacer. Quiero decir, el cedazo no desaparecerá.

John Keynes fue un notable economista británico que con su célebre obra "Teoría General del empleo, el interés y el dinero", publicada en 1936, salvó al sistema capitalista de la amenaza de debacle anticipada por Marx en el siglo XIX.  Cuando la crisis recesiva iniciada en 1929 a nivel mundial acrecentaba la posibilidad de que el proletariado finalmente se rebelaran contra sus patronos industriales, Keynes propuso el remedio adecuado... sin tener que abandonar el sistema capitalista.

Keynes fue un economista genial, pero sus preceptos no fueron del todo originales. Antes que él, varios economistas suecos (Myrdal, Ohlin, Lindhal, Lundberg y Hammarskjold) habían realizado propuestas similares, pero lamentablemente (para ellos) lo hicieron en un idioma que para entonces pocos leían y traducían, el sueco. 

Suscintamente, la "receta keynesiana" para situaciones de recesión económica y desempleo consistió en que el Estado tomara la posta y gastara lo que los particulares (consumidores y empresarios) no gastaban por temor e incertidumbre, de manera de recomponer la alicaída demanda agregada. Así, puso en el centro de la escena a la política fiscal, proponiendo aumento del gasto público, recortes impositivos o ambos al mismo tiempo (prefería lo primero, pues era de impacto directo sobre la demanda agregada, bajar impuestos era una buena noticia para el sector privado pero no había garantía de que lo volcaran con rapidez al gasto efectivo).

Simétricamente y en forma coherente con el entendimiento de cómo funciona la economía, la misma receta propone que cuando la economía exacerba su fase expansiva y se "recalienta" (con inflación) debe reducirse el gasto público y aumentarse los impuestos. Esto se conoce precisamente como la "simetría keynesiana".

Sin embargo, tal simetría en el análisis económico encuentra serias dificultades cuando debe llegar a la decisión política. En una recesión, aumentar el gasto público o reducir impuestos son medidas bien recibidas por la población, son populares, quien las propone o implementa es visto como alguien preocupado por la gente y que actúa en su favor. En cambio si la economía ingresa en la senda inflacionista y hay que detenerla frenando el gasto (o haciéndolo crecer nominalmente menos que la inflación para licuarlo en términos reales) o subiendo los impuestos para desalentar el consumo excesivo, tales medidas resultan impopulares y quien las proponga será mirado con recelo y hasta con indignación (¿ajustar en un contexto inflacionario que ya golpea el bolsillo?). Entonces allí se produce el divorcio, la simetría económica que suena tan bien en un libro de texto o en una clase magistral queda sepultada por las necesidades políticas de agradar a la población o de no someterla a "ajuste innecesarios". Aparece la asimetría política.

Argentina tuvo en 2002 una severa crisis económica que hizo descender 10 puntos su PIB real e incrementó su desempleo hasta el 26%. En 2003, el viento de cola del exterior (fuerte suba en precios de los commodities y reducción de tasas de interés internacionales) sumado a la "política keynesiana" implementada por el gobierno permitió salir del pozo recesivo y recuperar la actividad. Se creció a un ritmo muy importante mientras se iba ocupando la capacidad ociosa empresarial y contratando a los desempleados, sin inflación. El keynesianismo había renacido en la mente de muchos economistas y, por supuesto, era muy bienvenido en las oficinas de los políticos (en el gráfico puede observarse cómo se incremento el gasto público como % del PIB). Incluso los periodistas y la gente hablaba de las bondades de sus propuestas y muchos referían a la "Teoría general...". Hubo nuevas ediciones del libro a la venta.

Sin embargo, como era de esperar, en 2007 la capacidad ociosa empezó a escasear y el desempleo había bajado sensiblemente. La receta keynesiana expansiva había funcionado y sonaba la hora de comenzar a moderarla, pues la economía mostraba signos de inflación. La simetría reclamaba su turno. Pero esto no se hizo, la política se impuso a la recomendación económica y se siguió adelante con un gasto que creció más que la recaudación, que la inflación y que el PIB nominal (gráfico que sigue). Esto llevó a las cuentas fiscales del superávit al déficit. La inflación se incrementó, situándose entre 25 y 30% anual (segunda a nivel mundial) y el crecimiento disminuyó su ritmo.



Pasado los efectos de la crisis de 2008 y ya con una inflación muy alta, la receta tampoco se abandonó, pero el libro de Keynes se archivó y el capítulo de la "simetría" quedó postergado. El gasto siguió en aumento, la recaudación no pudo seguir su paso pero el impacto de la expansión fiscal se dirigió, como era de esperar, hacia los precios y no hacia el crecimiento (gráficos que siguen).




En 2016, el nuevo gobierno comprendió que la dinámica de la situación era insostenible y el cuadro de estanflación del quinquenio anterior no se correspondía ya la receta propuesta por Keynes para superar recesiones. Es más, requería un cambio: ahora era necesario ajustar gastos y/o aumentar impuestos, respetar la simetría.  Pero temeroso de la impopularidad de estas acciones y condicionado por su escasa fortaleza en el campo político, decidió no hacerlo de inmediato sino gradualmente. Gesticuló mucho, declamó mucho e hizo poco. Y sin hacer la tarea salió al mundo a buscar financiamiento para el déficit no corregido... El mundo, conocedor de la historia argentina le escatimó la confianza, no le dio un cheque en blanco hasta que las palabras no se transformaran en hechos.

Y allí esta el gobierno argentino hoy. Aferrado a un apoyo internacional condicionado y debatiéndose entre lo que los economistas recomiendan hacer y lo que los políticos creen que puede o no hacerse. Sacrificando la simetría keynesiana en el altar de las urgencias eleccionarias de un gobierno debilitado en su credibilidad y frente al electorado.  Es "el ajuste", tan temido y resistido por un sociedad, agotada, que ha llegado al punto de pensar que tal opción puede soslayarse y seguir avanzando sin más, sin costo, en busca de las "vacas gordas" que alguna vez tuvo y que ya no tiene y de ser el "granero del mundo" que hace tiempo que no es.




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