La punta del ovillo

Al punto de poder considerarse como una “precuela”, esta nota guarda estrecha relación con “Déjá vu”  (en este blog, 23 de setiembre 2018). En aquella afirmaba que los déficits gemelos y el atraso cambiario habían caracterizado siempre a las situaciones previas a los defaults en Argentina y que en 2017 el escenario económico tenía nítidamente presentes esos problemas de fondo, lo cual nos puso a merced del sudden stop que se desencadenó en abril sobre la economía. En esta oportunidad, sin apartarnos de esa interpretación, indagamos acerca de la cadena causal intrínseca que la define. Buscaremos, si es que existe, la punta del ovillo de la complicada madeja de la decadencia económica argentina, para poder tirar de ella. 

Hasta diciembre de 2017 Argentina presentaba un "combo" de problemas macroeconómicos que limitaba su crecimiento, impedía dominar la inflación y alimentaba espasmódicamente al fantasma de una brusca corrección cambiaria. Se reunían en un peligroso cocktail el déficit fiscal, el déficit de Cuenta Corriente, la falta de competitividad de la economía y una deteriorada hoja de balance del Banco Central.


Este combo no era nuevo, ya en los años 50 Raúl Prebisch había alertado sobre su existencia y lo había colocado en el centro de los problemas macroecnómicos argentinos. Por ello, tampoco eran nuevos los temores ni lo eran las advertencias que gritaban a voz en cuello desde los libros de historia, a quienes quisieran escuchar. 

Además, no eran estos cuatro macroproblemas independientes entre sí. Muy por el contrario, existía un fino (aunque aparentemente indestructible) hilo conductor que los vinculaba y permitía que los pulsos se transmitieran con fluidez y sin pausa entre unos y otros. El mismo hilo que los unió siempre, desde hace más de setenta años, desafiando al tiempo y a los planes económicos, sobreviviendo a ideologías de izquierda y derecha y atravesando gobiernos peronistas, radicales y militares.  Ningún "ismo" supo cortar el hilo  ni liberarnos de este combo,  salvo por algún período aislado en el cual parecía que la madeja podía desenredarse... pero finalmente no.

De tanto padecerla, esta madeja ya puede hoy no parecernos tan enredada ni tan compleja, aunque la realidad se ha impuesto y el camino hacia su resolución ha estado plagado de obstáculos políticos, urgencias electorales, pactos de no agresión e indefiniciones de "modelo". Veamos entonces la cadena causal sobre la que se ha asentado durante décadas.

El problema del déficit de Cuenta Corriente ha encontrado su causa principal en el atraso cambiario, piedra angular (aunque no excluyente) de la falta de competitividad de la economía argentina, que al tiempo que la hacía uno de los países más caros de la región latinoamericana, elevaba artificialmente su PBI per cápita en dólares para componer el espejismo de ser nación más rica del grupo. Un tipo de cambio real estacionado en un nivel 30% más bajo que su promedio de los últimos veinte años hacía que desde 2009 los argentinos prefirieran comprar y hacer turismo en el exterior, al mismo tiempo que los extranjeros evitaban hacerlo en Argentina. 

Pero el atraso cambiario no apareció por "generación espontánea" sino que fue a su vez consecuencia del abultado y creciente déficit fiscal. Este desequilibrio se financió durante el gobierno de Cristina Fernandez con emisión de dinero, lo cual nos llevó a una inflación muy superior a la del resto del mundo, infructuosamente controlada con el "ancla" del tipo de cambio nominal. Precisamente la combinación de tipo de cambio nominal creciendo poco y precios creciendo mucho profundizaron el atraso. El mismo desequilibrio (no corregido) durante el gobierno de Mauricio Macri se financió con deuda, que al ser pequeño el mercado financiero argentino debió tomarse mayoritariamente en el exterior. El ingreso de esos dólares acentuó la presión a la baja del tipo de cambio nominal y frente a una inflación que no pudo controlarse, no pudo revertir el atraso. En ambos casos se hizo presente, con distintos matices, la conocida "inconsistencia de políticas económicas" que tantos sinsabores nos ha acarreado: política fiscal y monetaria expansivas combinada con política de tipo de cambio administrado.

Entonces:


Por otra parte el deterioro de la hoja de balance del Banco Central era consecuencia simple y directa del déficit fiscal, aunque por algunos momentos se haya evocado en el discurso a la autonomía de la autoridad monetaria. Cristina Fernandez la atiborró de activos de valor nulo (las "letras intransferibles") a cambio de dinero para financiar el agujero fiscal y luego se inició en el camino de las LEBACs para retirar parte de ese dinero del mercado y limitar su efecto inflacionario. Mauricio Macri no hizo lo primero pero sí exacerbó lo segundo con el mismo fin, aún cuando puso a la entidad a la cabeza de la batalla contra la inflación.

Entonces: 

A riesgo de simplificar excesivamente una madeja complicada, la conclusión termina siendo relativamente simple: la punta del ovillo es el déficit fiscal. Pueden haber matices y el análisis puede hacerse más complejo pero es muy claro que sin déficit fiscal los otros tres problemas pierden fuerza y entidad rápidamente. El déficit fiscal no es la única causa de los otros problemas, pero sin duda es la más importante.

Entonces:


Sin embargo, este diagnóstico no fue compartido por el actual gobierno cuando llegó al poder, o si lo fue, no se reflejó claramente en sus acciones en los primeros 900 días de gobierno. El ajuste fiscal (en serio) se demoró, se demoró, se demoró ... y nunca se concretó. El mundo, tomó nota de esta desidia en marzo de 2018(1) y le marcó la cancha a la Argentina retirando sus capitales y acelerando el ajuste "por las malas". Así, la brutal corrección en tipo de cambio, tasas de interés, inflación, actividad y empleo que sufrimos entre mayo y setiembre nos dio un "baño de realidad", muy parecido a otros que ya sufrimos en 1975, 1982, 1989 y 2002, luego de haber transitado etapas previas en las que se abusó de la desprolijidad fiscal pensando, en cada oportunidad, que el final iba a ser diferente (dejá vu).

Hoy, luego de cinco meses turbulentos, algunos de los problemas  se han corregido en parte (insisto, "por las malas"): el tipo de cambio real ha subido a un nivel 25% de su promedio de los últimos veinte años, la hoja de balance del Banco Central ha comenzado a sanearse (en esto debe reconocérsele mérito al gobierno) y el déficit de Cuenta Corriente se achica con rapidez. La angustia macroeconómica de mayo-setiembre ha tenido entonces un correlato positivo en estas correcciones, aunque la población por ahora sólo pueda visualizar sus consecuencias más negativas: la inflación, el desempleo y el freno a la actividad.  

Sin embargo, la cadena causal antes descripta nos pone en alerta: las correcciones no son suficientes e incluso pueden revertirse. Si entendemos que la punta de la madeja está en el déficit fiscal, es necesario cerrarlo también y eso, aunque sea doloroso, implica más ajuste, menos actividad y más desempleo.

Si (y sólo "si") en los próximos meses el ajuste fiscal se lleva adelante, el nuevo gobierno que asuma en 2019 lo hará en un contexto mas favorable que el actual y con buen parte del "combo" de problemas corregido. Tendrá una nueva oportunidad de enfocarse en el crecimiento, la estabilidad y el combate a la pobreza, con mayores posibilidades de éxito (nunca asegurado, conociéndonos). 

Cualquiera sea su color político, ojalá que quien se siente entonces en el sillón de Rivadavia no vuelva a enredar la madeja.


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(1) En rigor, comenzó a tomar nota en diciembre de 2017 cuando el a la política del gobierno "forzó" al Banco Central a modificar las metas de inflación en busca de conseguir un mayor crecimiento demorando el ajuste fiscal.

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