Dieta y ejercicios

Como buenos hermanos, en nuestra infancia y adolescencia tuvimos algunos desacuerdos con mi hermana menor. Nada grave, cosas de jóvenes, pero lo que nos generó mas discusiones fue el tema de la dieta y el gimnasio.
Cada vez que volvíamos de vacaciones, ambos veníamos con varios de kilos de más. Mi hermana se miraba al espejo, se quejaba y decidía empezar una dieta estricta y ejercicios físicos hasta recuperar su peso normal. Lo hacía y lo lograba.
-        “¡Mujeres!”, me burlaba yo “…siempre obsesionadas por la imagen, las domina el espejo”.
Argumentando que había cosas más importantes en qué pensar y que prefería ser un “gordito feliz”, mi decisión era más sencilla: me compraba unos pantalones de un talle más grande y le hacía otro agujero al cinturón. Nada de dietas, para qué sacrificarme siendo tan joven aún…
Año tras año las vacaciones nos agregaban kilos y cada uno los combatía con su “receta”: dieta y gimnasio ella, pantalones más grandes yo. Y luego largas discusiones, porque cada uno decía que el otro no tenía razón… ella me decía que era un irresponsable, yo respondía que ella era demasiado estricta. Cada uno tranquilo con su proceder y confiado en que el otro, equivocado, alguna vez recapacitaría.
Hoy ya somos adultos y como imaginan el tiempo fue dando su veredicto: mi hermana, no sin esfuerzo, conservó su salud y su silueta a lo largo del tiempo; yo en cambio fui engordando y se multiplicaron mis problemas: hoy tengo sobrepeso, me muevo con dificultad, me duelen las articulaciones, mis pies se han deformado, duermo mal… Empecé con problemas en las piernas en 1975, se me declaró diabetes en el año 1982 y tuve dos infartos, uno en el 1989 y otro en 2002.
Este cuadro es malo para mi, pero lo peor es que soy obstinado y nunca le terminé de dar la razón a mi hermana, ni tampoco decidí corregirme. Cada vez que me voy de vacaciones vuelvo con más kilos aún y no me pongo a dieta ni voy al gimnasio. A pesar de todo, sigo comiendo y engordando, confiado en que, después de todo, siempre voy a conseguir pantalones más amplios, más cómodos…

Si un país tiene presiones sobre su tipo de cambio porque la inflación interna induce a la gente a querer ahorrar en otras monedas que no pierden valor, la devaluación de la propia moneda puede ser una salida transitoria y “facilista”. Pero si la inflación sigue, deberá acudir a otras devaluaciones en el futuro cercano, y a otras, y a otras…. Entonces, el esfuerzo debe dirigirse a detener la inflación, no a “seguirla” con la devaluación.
Devaluar es como comprarse un pantalón más grande, pero una inflación que sigue adelante es como seguir comiendo y engordando.  Es cierto, en el corto plazo agrandar el pantalón (devaluar) puede ser la única salida en una coyuntura complicada, a la que se llegó por comer de más… 
La alternativa, “pisar” el tipo de cambio en conjunto con políticas que alimentan a la inflación puede llevar a difícil situación de pérdida de competitividad cambiaria (más kilos, pantalón cada vez más ajustado…) que puede terminar en un colapso del tipo de cambio y un “sinceramiento de facto” (salta el cinturón, se rompe el pantalón… quedamos desnudos).
Es claro, para evitar tener problemas de salud en el futuro, es necesario no seguir cometiendo excesos con la comida (inflación) y, si los hemos cometido… comenzar una dieta saludable y hacer ejercicios.

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