Irresponsables
Dicen que
educar a los hijos es la tarea más difícil que existe. Creo que si hay otras
más difíciles, deben ser muy pocas.
Días atrás
nos reunimos con un grupo de matrimonios amigos y la conversación derivó, como
casi siempre, hacia distintos aspectos de la vida de nuestros hijos
adolescentes y la forma cómo cada uno de nosotros encara el tema, según su particular
manera de ver el mundo.
Uno de
nuestros amigos contó preocupado que días atrás a su hijo lo había parado la
policía a la madrugada manejando el auto de la familia, le habían hecho el test
de alcoholemia y le había dado positivo, así que había ido a parar a la
comisaría.
- “Se imaginan”, nos decía, “el dilema que se nos planteó cuando nos
llamó a las cinco de la mañana desde la comisaría para que lo fuéramos a
sacar…. Le hemos dicho mil veces que cuando sale en auto no tome alcohol, pero
no hace caso…”.
- “¡Ah no! Yo lo dejo que pase la noche ahí, si
ha sido irresponsable que aprenda” dijo otra amiga, también mamá de un
rebelde que le ha dado varios dolores de cabeza. “El nuestro no ha llegada eso, pero seguro que alguna vez nos va a pasar
algo parecido y nosotros no lo vamos a socorrer, ya lo hemos conversado… ¡Tendrá
que aprender!”
- “Sí, tenés razón”, le contestó el padre
compungido, “Nosotros pensábamos igual,
pero cuando llega el momento, hay que estar ahí…”
- “Claro, me imagino que el momento es
complicado, pero hay que ponerse firmes”, terció otro amigo, “Hay que ponerse duro, si no, esto no termina
nunca”. Suspiró y agregó “Esta vez lo
paró la policía pero ¿y si la próxima vez choca? ¿y si se lastiman? ¿y si
lastima a alguien?... Yo soy de la idea de que si meten la pata, deben aprender
a asumir las consecuencias de su irresponsabilidad”.
Una mamá más
contemplativa quiso poner paños fríos y empezó a decir: “Habría que hablarlo antes con ellos, explicarles… ya son grandes y
entienden”
- “¡Está bien, es cierto!” la cortó su
marido, “¡Entienden pero no hacen caso,
ya lo sabés! Y después nos encontramos el regalito de que te llaman de la
comisaría, o peor, del hospital… y a esa altura ya no te sirven las palabras.
Disculpenmé pero creo que hay que dar un escarmiento, ¡eso es lo único que les
llega!”
Cuando la
discusión se encaminaba por ahí, ya flotaba en el ambiente cierto consenso para
el escarmiento, la enseñanza “a la fuerza”, y dejarlos que pasen la noche en la
comisaría para que aprendan. Como para ir cerrando el tema, pregunté:
- “¿Y al
final qué hiciste cuando te llamó?”
- “Lo fuimos a buscar… Eso sí, lo trajimos de
una oreja y veremos qué castigo aplicarle ahora”.
- “Perdoname, pero no sirve”, uno de los
padres enojados volvió a la carga. “El
castigo tiene que ser ahí mismo, para que lo relacionen con el hecho. Después
no se lo ponés, o se lo levantás enseguida… Te digo porque a nosotros nos pasa
eso.”
- “Sí… es que te repito, en ese momento es muy
complicado” se justificó de nuevo el papá. “Imaginate que pasar la noche en cana, con los otros presos, puede
resultar peor el remedio que la enfermedad… y si le pasa algo te podés llegar a
arrepentir toda la vida.”
Nos miramos
confundidos. Varios atinaron a volver a hablar, pero no lo hicieron.
Recapacitaron. Bajaron la mirada y yo apenas alcancé a decir un tibio “es
complicado…”, pero lo hice solamente para romper el ominoso silencio.
A fines de 2001 Argentina, en una situación
económica complicada reflejada en la rápida caída de los depósitos y las
reservas del Banco Central como consecuencia de la huida masiva de capitales, pidió
un préstamo de urgencia al FMI por 10.000 millones de dólares. En ese momento esa
institución se lo denegó, argumentando el conocido principio de RIESGO MORAL: “no se debe salvar indefinidamente a un
irresponsable, pues de otra forma, nunca dejará de serlo”.
Meses después de tal negativa y como
consecuencia de la acumulación de comportamientos irresponsables de décadas, el
país se precipitó a una de sus peores crisis económicas en 2002, caracterizada
por una fuerte recesión, aceleración inflacionaria, aumento del desempleo y
crecimiento vertiginoso de la pobreza y la indigencia.
Casi diez años después, en 2010, Grecia se
enfrentaba a una situación económica similar a la de Argentina, en gran medida
derivada de sus irresponsibilidades, agravadas por la crisis mundial 2009. Con carácter de urgencia pidió ayuda
financiera a organismos internacionales y al G7. Recibió, en tres “salvatajes”
sucesivos, más de 240.000 millones de euros como auxilio. Los argentinos observamos este desenlace azorados…
¿Qué sucedió en el camino para tal cambio de
enfoque? ¿Acaso Grecia no había sido tan irresponsable como Argentina al
acumular desequilibrios fiscales y comerciales y engrosar su deuda muy por
encima del 100% del PIB?
Sucedió que a esa altura el principio de RIESGO
MORAL, aplicado con firmeza a Argentina, había sido reformulado. Ahora decía: “no se debe salvar a un irresponsable...
salvo que el irresponsable, en su caída, arrastre al sistema”[1]
. Se lo rebautizó como principio de RIESGO SISTEMICO. La lección se había
aprendido en 2007, cuando al dejar caer a Lehman Brothers (por su irresponsable
comportamiento en el otorgamiento de créditos de segundo nivel), se precipitó
la crisis financiera internacional que dañó severamente a la economía mundial.
Desde entonces, poner en riesgo al sistema nos provee un blindaje para seguir
siendo irresponsables.
Es cierto, suena mal. Pero si Ud. es parte del sistema
(en una economía globalizada todos lo somos)… ¿prefiere que algún irresponsable
quede impune de vez en cuando o que se caiga el sistema?
[1] Los principales acreedores de Grecia
son Alemania, Francia, Italia, Irlanda, España y Reino Unido.
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