Espejo, espejito...

Si alguien en 1945 hubiera preguntado: "¿Qué parte del mundo espera Ud. que experimente el más dramático despegue en las próximas 3 décadas?", probablemente podría haber dado una respuesta como la siguiente: "Argentina está en la ola del futuro. Tiene un clima templado. Su densidad de población provee una dotación favorable de recursos por empleado. Por un accidente histórico su población actual es una bastante progenie de las naciones de Europa Occidental. Y Argentina está en 1945 en el estado intermedio de desarrollo a partir del cual se espera un rápido crecimiento".
Cuán equivocado habría estado.
Paul Samuelson, Presidential Address to the International Economic Association, Mexico, 1980.


-        ¿Y cómo está su esposa…?
-        ¿Comparándola con quién?
Juan Verdaguer, humorista argentino


A la Ciencia Económica y a los economistas nos incomoda lo absoluto[1].

Siempre buscamos puntos de referencia para comparar situaciones porque en una economía dinámica como actual (en una vida dinámica como la actual), los valores absolutos de un momento o un lugar pierden relevancia si no se los compara con otros y así se obtienen magnitudes relativas (o comparativas).

No nos importa si hoy ganamos un sueldo superior al de hace un año, nos importa si con ese sueldo compramos más o menos cosas que hace un año (esto es, el “poder de compra”). No nos importa cuánto es la tasa de interés que nos ofrece el banco por nuestro plazo fijo, nos importa si es mayor o menor que la inflación que esperamos durante el lapso que tendremos la plata inmovilizada. Cuando vamos a comprar un tv a un negocio inmediatamente comparamos con el precio de los otros negocios, o a qué precio lo podemos conseguir en Chile. No nos importa si ganamos más o menos que un ciudadano de EEUU en dólares, sino que nos fijamos en si podemos comprar más o menos bienes en Argentina que el estadounidense en su país.  Pasando a otros ámbitos, no nos importa a qué velocidad corre el atleta sino si corre más rápido que sus competidores o si supera su propia marca anterior, no nos importa cuántos goles hace nuestro equipo, nos importa si hace más o menos que el rival…

En materia de desempeño de un país, esto también aplica. No me importa si hoy el PBI de Argentina es mayor que hace cien años, me importa si ha crecido más que la población (PBI per cápita) e incluso si ha crecido más, igual o menos que el PBI de otros países en el mismo lapso. Pongamos algún número para darnos cuenta mejor de esto. 

En los últimos 115 años el PBI de Argentina, aún quitando la inflación, creció enormemente: de un valor índice 100 en el año 1900, en 2015 había llegado a un valor 4.119, o sea que se multiplicó… más de 40 veces! Suena impresionante, parece un desempeño fantástico. Es cierto que hubieron algunas caídas, pero bueno… de 100 a 4.119 es un crecimiento impresionante!
¿O no?



Cualquier lector atento de esta columna dirá que este análisis es muy pobre. Pensará que es cierto que crecimos en 115 años pero en ese mismo lapso… ¿Cuánto creció la población argentina? ¿Cuánto crecieron los otros países como China, EEUU, Brasil o Chile? ¿Cuánto crecimos y cuanto pudimos haber crecido en función de nuestro “enorme potencial” de recursos humanos, naturales y materiales? Lamentablemente el gráfico anterior no responde a ninguna de estas preguntas, que son las verdaderamente relevantes. O sea, casi no nos sirve de nada. Haciendo un símil futbolístico es como analizar solamente cuantos goles hizo nuestro equipo en cada campeonato en los últimos años, pero sin saber cuántos goles recibimos, cuantos partidos ganamos y cuántos perdimos, cuántos puntos sacamos, en qué posición quedamos, si alguna vez salimos campeones o si nos fuimos al descenso.

Lo importante es poder compararlo contra algo. En el gráfico que sigue se han construido dos índices muy reveladores, ambos comparando esa evolución del PBI per cápita argentino contra la evolución del PBI per cápita de otros países, de manera de obtener una idea de si crecimos más o menos que otros, ya que estos otros países son el espejo donde mirarnos, es decir, nos indican cuanto pudo llegar a crecer una nación en los 115 años que estamos observando.

El primero lo compara con el PBI per cápita de países “desarrollados”, donde se han incluido los 12 principales países desarrollados de Europa occidental, EEUU y Japón. El segundo lo compara con países “parecidos” (o que alguna vez lo fueron), donde se incluyen Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Brasil, Méjico y Chile[2].



Este gráfico resulta ahora más interesante pero al mismo tiempo mucho menos alentador. Como los índices van cayendo (con oscilaciones, pero cayendo) significa que el PBI de Argentina ha crecido, pero menos que el de los dos grupos de control seleccionados. No sólo eso, sino que la caída es importante y nos deja muy preocupados: a principios del siglo XX Argentina tenía un PBI pc que superaba en un 20% al promedio de ambos grupos (el cociente se aproxima en ambos casos a 1,2 en la primera década), pero en 2014 su PBI pc es sólo el 60% de los “parecidos” y 40% de los “desarrollados”.

Más allá de las causas superficiales y profundas, coyunturales y estructurales de este comportamiento que nos ha llevado al atraso en materia de crecimiento (discusión que excede a esta nota, meramente “descriptiva”), los números son irrefutables. Argentina atravesó gobiernos constitucionales y de facto y, en el primer caso, de todos los colores políticos, en forma continua y alternada. Pero algo pasó alrededor de 1950 en adelante: hasta allí los dos indicadores habían perdido terreno pero en forma moderada y, desde entonces, iniciaron un descenso casi sistemático, con esporádicos y efímeros períodos “de descanso” y con cierta estabilización a partir de la década del 90, pero ya en valores muy deteriorados y sin recuperación visible desde entonces.

¿Hemos obtenido a cambio avances en los aspectos distributivos (siempre en comparación con los demás) que compensen este deterioro? ¿Acaso nuestra torta es comparativamente más pequeña pero la hemos repartido mejor? Claramente no.

A menudo, las comparaciones son odiosas y los espejos no nos devuelven la imagen que queremos. Pero taparlos o romperlos no es la solución.






[1] Esta nota se basa en “Cien años de deseconomía argentina (cómo perder el tren del crecimiento…dos veces)”, del autor.
[2] En ambos casos el indicador es el cociente del PIB pc argentino y el PBI pc promedio del grupo, luego de homogeneizar las monedas a dólares Geary Khamis de 1990. En el caso delos “parecidos” la comparación se vuelve interesante porque reflejan con mayor claridad “cómo le podría haber ido a Argentina”.

Comentarios

  1. Un acertado comentario que me hizo respecto de este tema la profesora Sandra Del Vecchio; "Espejos y expectativas nunca se llevaron bien"

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